10 Poemas de José Joaquín de Olmedo.

JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO.

JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO


ALFABETO PARA UN NIÑO.

AMOR de patria comprende
cuanto el hombre debe amar:
Su Dios, sus leyes, su hogar,
y el honor que los defiende.

BONDAD, bella cualidad
que siempre logra alabanza,
aplausos y premios alcanza,
inmensa felicidad.

CANDOR en toda expresión,
callar lo más que pudieres;
muy cortés con las mujeres,
pero sin afectación.

DIOS es el sabio creador
que conserva y ama al hombre,
sea cual fuere su nombre,
condición, secta y color.

ESTUDIO y aplicación
forman a la juventud,
y emulación de virtud
sin envidia ni ambición.

FRANQUEZA, nunca indecencia,
usa en la conversación;
disimulo y no ficción;
libertad, nunca licencia.

GRATITUD siempre al favor
es un deber justo y grato;
y es por eso el hombre ingrato
es un monstruo que da horror.

HONOR es en sumo grado
el alma del ciudadano:
sin honor es miembro vano,
o pernicioso al Estado.

IRA hace al hombre un tirano
de inferiores y de iguales:
la ira es propia de animales,
porque no es afecto humano.

JUEGO es una diversión
honesto, si es moderado;
pero si es inmoderado
causa nuestra perdición.

LIBERTAD ¡oh dulce nombre!
hermoso y celeste don:
tú eres la misma razón,
tú eres el alma del hombre.

MORAL, la sana moral
consiste en amarse bien,
en hacer a todos bien,
y en no hacer a nadie mal.

NATURALEZA sagaz
llena y rige al universo:
todo está bien; el perverso
solamente está de más.

ORO es un bien apreciable
para el cómodo sustento;
pero es el mayor tormento
la sed de oro insaciable.

PEREZA es enfermedad
tan mala como la muerte;
así no cabe el inerte
en ninguna sociedad.

QUIJOTERÍA es un vicio
que causa risa y desprecio,
pues es un quijote necio
corre aventuras el juicio.

RESPETO a los superiores,
respeto y amor al padre,
amor, ternura a la madre,
reverencia a los mayores.

SOCIEDAD es el estado
en que con otro vivieres,
y serás social si fueres
justo, modesto y aseado.

TIRANÍA y opresión
suenan y expresan lo mismo:
para salir de este abismo
es honrosa toda acción.

VENGANZA, nunca jamás:
nunca, nunca odio o rencor;
porque no hay placer mayor
como amar y perdonar.

YO debo ser el primero
para mi conservación;
mas por buena educación
en sociedad el postrero.

ZELO en cumplir su deber
en cualquier condición,
será la única ambición
que un niño debe tener.

Estas reglas niño amado,
te harán un niño gracioso,
un joven pundonoroso,
un hombre bueno y honrado
y un anciano respetado
que a sus iguales auxilia,
sus diferencias concilia,
con bondad, no con rigor,
y muere siendo el honor
de su patria y su familia.

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EN LA MUERTE DE MI HERMANA.

¿Y eres tú Dios? ¿A quién podré quejarme?
inebriado en tu gloria y poderío.
¡Ver el dolor que me devora impío
y la mirada de piedad negarme!

Manda alzar otra vez por consolarme
la grave losa del sepulcro frío,
y restituye, oh Dios, al seno mío
la hermana que has querido arrebatarme.

Yo no te la pedí. ¡Qué! ¿es por ventura
crear para destruir, placer divino,
o es de tanta virtud indigno el suelo?

¿o ya del todo absorto en tu luz pura
te es menos grato el incesante trino?
Dime, ¿faltaba este ángel a tu cielo?

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AL GENERAL LAMAR.

No fue tu gloria el combatir valiente,
ni el derrotar las huestes castellanas;
otros también con lanzas inhumanas
anegaron en sangre el continente.

Gloria fue tuya el levantar la frente
en el solio sin crimen, las peruanas
leyes santificar, y en las lejanas
playas morir proscrito e inocente.

Surjan del sucio polvo héroes de un día,
y tiemble el mundo a sus feroces hechos:
pasará al fin su horrenda nombradía.

A la tuya los siglos son estrechos,
Lamar, porque el poder que te dio el cielo
sólo sirvió a la tierra de consuelo.

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A UNA AMIGA.

Arroyo cristalino,
que con susurro blando
vas del monte a la selva
y de la selva al prado;

travieso cefirillo,
que con tu aliento grato
mueves hojas y flores
que son gala del campo;

parleras avecillas,
que en trinos regalados,
cuando el sol nace o muere,
llenáis el aire vago;

y cuando vive y crece
en este suelo bajo,
y cuanto se remonta
hasta el cielo estrellado;

todo cuanto florece
en los valles y prados,
y aun las bestias feroces
que son del monte espanto;

todos conmigo unidos
en coros acordados,
celebremos el día
de la que hace mi encanto.

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HIMNO A DIANA.

Dedicado al amable cazador, mi amigo J. R. O.


Ven, hermosa Diana,
y da al cazador,
que tus leyes sigue,
tu gracia y favor.

Ven que tú en los campos
fuiste la primera
que agitó las fieras
y las tiernas aves,
que cantan suaves
cuando nace el sol.

Ven, hermosa Diana,
y da al cazador,
que te ama y te sigue,
tu ayuda y favor.

Al viento vagaba
tu libre cabello,
y del hombro bello
la aljaba pendía,
y el pie te lamía
el can corredor.

Ven, hermosa Diana,
y da al cazador,
que te ama y te sigue,
tu ayuda y favor.

Dame las saetas
de tu arco certero,
o haz que el plomo fiero
alcance y traspase
cuando al monte pase
el ciervo veloz.

Ven, hermosa Diana,
y da al cazador,
que te ama y te sigue,
tu ayuda y favor.

Si al zarzal huyere
la ágil gallareta,
con su rastro inquieta
al diestro sabueso,
y al tenaz latido,
del cieno escondido
salga desalada,
corra, vuela y caiga,
aunque alas le añada
su mismo temor.

Ven, hermosa Diana,
y da al cazador,
que te ama y te sigue,
tu ayuda y favor.

Dicen que se goza
sólo en la ciudad
de amor, de amistades
y dulce recreo,
mas yo en este empleo
la ciudad olvido,
su brillo, su ruido,
y olvido el amor.

Ven, hermosa Diana,
y da al cazador,
que te ama y te sigue,
tu ayuda y favor.

Que tú castigaste
al curioso Acteón,
que de amor movido
desnuda te vió.
Convertido en ciervo
al punto corrió,
y los tus sabuesos
con rabia feroz
parten a vengarte
de la injuria atroz.
El bosque llenaron
de agudo clamor;
lo siguen, lo acosan
con curso veloz,
parten sus entrañas
y su corazón.
Los necios y ciegos
sigan al Amor,
y sufran y penen,
que a Diana amo yo.

Ven, hermosa Diana,
y da al cazador,
que te ama y te sigue,
tu ayuda y favor.

Si tú dirigieres
mi tímida mano,
ningún tiro vano
saldrá del cañón;
y yo te prometo
con todo el respeto
de mi corazón
no cazar jamás
sin invocarte antes
con esta canción.

Ven, hermosa Diana,
y da al cazador,
que te ama y te sigue,
tu ayuda y favor.

Vamos, compañeros,
¿no veis los accesos
de nuestros sabuesos?,
vamos con ardor.
No temáis al frío,
no temáis al sol,
que ya volveremos
cargados, sudosos,
pero más gloriosos
que un conquistador. 

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DÉCIMAS.

Para templar el calor
de la estación y la edad,
me abandonas sin piedad,
mi hechizo, mi único amor.
Te engañas, porque el ardor
de un alma fina y constante,
si está de su bien distante,
crece en el agua, en la nieve,
y sólo templarse debe
en el seno de un amante.

Ven, pues, dulce amiga, luego,
que tú eres la sola fuente
que puede mi sed ardiente
saciar, y templar mi fuego.
En vano buscaré ciego
más gracia, más perfección,
otro afecto, otra pasión,
porque tus ojos divinos
solos saben los caminos
que van a mi corazón.
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DEDICATORIA.

Y tú, mi dulce amigo,
que con la caza alegre
el afanoso estudio
alternas y entretienes,
sigue, sigue gozando
el placer de los reyes;
la diosa de los bosques
su gracia te promete.

Mas si en la selva umbrosa
dos palomitas vieres
acariciarse tiernas,
el tiro, cruel, suspende;
perdón a sus caricias,
y diles cuando vuelen:

«Si acaso sois de aquellas
que en Chipre tiran siempre
el carro de la madre
del amor y el deleite,
id allá desaladas,
palomas inocentes,
y en vuestro dulce arrullo
que Venus sola entiende,
decidle: Tu poeta
nos libró de la muerte».

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MI RETRATO.

¡Qué dignos son de risa
esos hombres soberbios,
que piensan perpetuarse
pintándose en los lienzos!
De blasones ilustres
sus cuadros están llenos,
de insignias y de libros
y pomposos letreros.
De este modo ellos piensan
que sus retratos viejos
serán un gran tesoro
a sus hijos y nietos,
y que todos los hombres
del siglo venidero
su arrugada figura
mirarán con respeto.
¡Oh, cómo se disipan
esas torres de viento!
Tú alguna vez me viste
reírme de mi abuelo
con su blonda peluca
y sus narices menos.

Si los hombres se olvidan
aun de los hombres muertos,
¿qué no harán, hermanita,
qué no harán con los lienzos?
En rincones oscuros,
de vil polvo cubiertos,
aun los hombres más grandes
duermen un sueño eterno.
Permíteme que piense
de un modo muy diverso:
otros, enhorabuena,
quieran hacerse eternos
por sus grandes hazañas,
por sus grandes talentos;
pero yo ¡vida mía!
más mérito no tengo
que ser hermano tuyo,
pues lo demás es menos
Y como el hombre sabio,
filósofo y modesto
con la vida presente
sólo vive contento,
deja que en cuanto pueda
imite estos ejemplos,
pues el sabio en sus obras
nos deja su diseño.

Así no me interesa
que tuviesen Homero,
Virgilio, Horacio, Ovidio,
buen rostro o rostro feo:
instrúyanme sus obras,
deléitenme sus versos;
lo demás, ¡amor mío!
no merece un deseo.

Deja que quieto viva
en el presente tiempo,
pues el tiempo futuro,
ya no estaré muy lejos,
insensible al aplauso,
insensible al concepto
que de mí formar quieran
los sabios y los necios.
Gózate que no tenga
esos vanos deseos;
deja que sin desquite
en mis alegres versos,
muy ufano me ría
de esos hombres soberbios
que piensan perpetuarse
pintándose en los lienzos.

¡Cuán duro es retratarse,
y más cuando uno es feo!,
por ti hago el sacrificio.
Lo mandas; te obedezco.
El pintor soy yo mismo;
venga, venga un espejo
que fielmente me diga
mis gracias y defectos.
Ya está aquí: no tan malo;
yo me juzgué más feo,
y que al verme soltara
los pinceles de miedo.
Pues ya no desconfío
de darte algún contento,
y más cuando me quieres,
y yo me lo merezco.
Imagínate, hermana,
un joven, cuyo cuerpo
tiene de alto dos varas,
si les quitas un dedo.
Mi cabello no es rubio,
pero tampoco es negro,
ni como cerda liso,
ni como pasa crespo.
La frente es espaciosa,
como hombre de provecho;
ni estirada, arrugada,
ni adusta mucho menos.

Las cejas bien pobladas
y algo oscuro su pelo,
y debajo unos ojos
que es lo mejor que tengo:
ni muy grandes, ni chicos,
ni azules, ni muy negros,
ni alegres, ni dormidos,
ni vivos, ni muy muertos.
Son grandes las narices,
y a mucho honor lo tengo,
pues narigones siempre
los hombres grandes fueron:
el célebre Virgilio,
el inmortal Homero,
el amoroso Ovidio,
mi amigo y mi maestro.
La boca no es pequeña,
ni muy grande en extremo;
el labio no es delgado,
ni pálido, o de fuego.
Los dientes son muy blancos,
cabales y parejos,
y de todo me río
para que puedan verlos.
La barba es algo aguda,
pero con poco pelo:
me alegro, que eso menos
tendré de caballero.

Sobre todo, el conjunto
algo tosco lo creo:
el color no es muy blanco,
pero tampoco es prieto.
Menudas, pero muchas
cacarañitas tengo,
pues que nunca faltaron
sus estrellas al cielo.
Mas por todo mi rostro
vaga un aire modesto,
cual transparente velo
que encubre mis defectos.
Hermana, ésta es mi cara:
¿qué tal?, ¿te ha dado miedo?
Pues aguarda, que paso
a pintarte mi cuerpo.
No es largo, ni encogido,
ni gordo mi pescuezo:
tengo algo anchos los hombros
y no muy alto el pecho.
Yo no soy corcobado
mas tampoco muy tieso;
aire de petimetre
ni tengo ni lo quiero.
La pierna no es delgada,
el muslo no es muy grueso,
y el pie que Dios me ha dado
no es grande ni pequeño.
El vestido que gasto
debe siempre ser negro,
que, ausente de ti, sólo,
de luto vestir debo.
Una banda celeste
me cruza por el pecho,
que suele ser insignia
de honor en mi colegio.
Ya miras cómo en todo
disto de los extremos;
pues lo mismo, lo mismo
es el alma que tengo.
En vicios, en virtudes,
pasiones y talentos,
en todo ¡vida mía!
en todo guardo un medio:
sólo, sólo en amarte
me voy hasta el extremo.
Mi trato y mis modales
van a par con mi genio:
blandos, dulces, sin arte
lo mismo que mis versos.
Este es, pues, mi retrato,
el cual queda perfecto,
si una corona en torno
de su frente ponemos,
de rosas enlazadas
al mirto y laurel tierno,
que el Amor y las Musas
alegres me ciñeron.
Y siéntame a la orilla
de un plácido arroyuelo,
a la sombra de un árbol,
floridos campos viendo;
y en un rincón del cuadro
tirados en el suelo,
el sombrero, la banda,
las borlas y el capelo.
Me pondrán en el hombro
con mil lascivos juegos
la amorosa paloma
que me ha ofrecido Venus.
Junto a mí, pocos libros,
muy pocos, pero buenos:
Virgilio, Horacio, Ovidio;
a Plutarco, al de Teyo,
a Richardson, a Pope,
y a ti ¡oh Valdés!, ¡oh tierno
amigo de las Musas,
mi amor y mi embeleso!
Y al pie de mi retrato,
pondrán este letrero:
«Amó cuanto era amable,
amó cuanto era bello».

¡Oh, retrato dichoso!,
vas donde yo no puedo:
tu suerte venturosa
¡con cuánta envidia veo!
Anímate a la vista
de aquella que más quiero,
y dile mis ternuras,
y dile mis deseos.
Dale mil y mil veces
pruebas de mi amor tierno,
y dale mil abrazos,
y en la mejilla un beso.

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UN SUEÑO.

Visitome el amor esta noche
con un dulce, gratísimo sueño:
yo soñé que a mi angélico dueño
de este modo empezábale a hablar:
-Saber puedes las veces que te amo
si las luces contares del cielo,
y las hojas que cubren el suelo,
y las olas que baten la mar...-

Ella me oye, y gustosa y afable
corre a mí con el seno entreabierto...
Mas ¡ay triste!, que al punto despierto,
y era sombra lo que iba a abrazar.
Loco, ciego, impaciente, furioso,
salto luego del lecho gritando:
-¡Duro amor!, ¡duro amor!, ¿hasta cuándo,
hasta cuándo me quieres burlar?
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EN EL ÁLBUM DE LA SEÑORITA GRIMANESA ALTHAUS.

Díceme un dios que dentro el pecho siento,
que al nacer se me dio fuego divino,
sólo porque cantara ¡oh Grimanesa!,
las gracias, la virtud y la belleza.
Yo cumplí, no sin gloria, mi destino,
cuando mi corazón y el alma mía
en vivo amor y juventud ardía.

Y en premio de haber sido
siempre fiel al dulce ministerio,
el Dios, a cuyo imperio
se rinden voluntarios,
la tierra, el cielo, el mar, ha concedido
su antiguo ardor, su inspiración divina,
a un genio que fallece oscurecido,
como el sol que a su ocaso se avecina.

Y he podido cantar como solía...
Tuyo es este portento, amiga mía.
¡Qué gloria para mí! Ver que este día
la más graciosa y bella no rehúsa
ser la corona de mi anciana musa.

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